La bordadora by Consuelo Sanz de Bremond Lloret

La bordadora by Consuelo Sanz de Bremond Lloret

autor:Consuelo Sanz de Bremond Lloret [Sanz de Bremond Lloret, Consuelo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-09-14T00:00:00+00:00


* * *

Al día siguiente por la noche, en su alcoba, Jimeno contempló con pena el lecho. Se tumbó y apagó la luz del candil. Mirando a la oscuridad comprendió esas caderas más anchas y esos pechos más voluminosos que había percibido en Juana. Hasta, si lo pensaba bien, sabían distinto cuando se los besaba. Y el vientre bien redondeado. ¡Un hijo! Sería varón, seguro. Se puso de lado. Un rato después se giró hacia el otro lado. Cuando se dio cuenta de que los movimientos los había repetido más de lo habitual, se levantó, se echó un manto y salió con el candil que encendió en el velón de un candelero.

Se dirigió hacia a la estancia de las sirvientas. Allí el frío era glacial. Con la vela fue iluminando cada cara, casi ocultas por las mantas. Alguna refunfuñó. Cuando dio con Juana, le susurró su nombre al oído. Esta se asustó, luego lo miró sorprendida y acabó por abrazarse a su cuello. Él cayó sobre ella. Metió el brazo bajo su cuerpo, la levantó un poco y buscó su boca. La compañera de lecho protestó. La pareja no tuvo más remedio que salir a la balconada.

La noche vetona con luna llena les resultó excitante y extraña. Fachadas y tejados se recortaban con nitidez contra las sombras. El río bajaba a golpes de espuma que se enredaban en zonas opacas. El monte, negro y gris, guarecía voces que se oían con mayor o menor claridad según silbaba el viento. Luces de antorchas aparecían y desaparecían en las calles según la dirección que tomaba su portador. Varios felinos maullaban desesperados por el celo. Un viento helador los obligó a acurrucarse en el manto del joven.

Jimeno besaba a Juana como si nunca más la fuera a ver. Ella le devolvía los besos con la misma intensidad. Él le subió la camisa y la muchacha hizo lo mismo. Culminaron sus deseos de pie, echado el manto bajo sus pies, desafiando el frío y el vértigo. Juana apuntalada contra la barandilla, confiando ciegamente en la fuerza de su amante. El joven, aferrándose con una mano a dicha barandilla y con un brazo protegiendo el cuerpo femenino para que no se cayera. Se movió con una energía inusitada y acabó resoplando como un toro herido. Ese sonido solía asombrarlo, porque eran los únicos momentos en los que su voz se volvía grave. Terminaron los amantes envueltos en el manto en un rincón de la balconada, donde la luna les daba de lleno, sin hablarse. Jimeno quería despejar las dudas que no lo dejaban dormir, pero no se atrevía. Temía que ella le dijera algo que pudiera hacerle daño. Que acabara con la ilusión de saberse padre de la criatura que ella iba a tener.

—Encontré a mi madre —le oyó decir desde el interior de su pecho. La cabeza de la joven reposaba sobre él.

Se alegró por ella y le pidió que le contara cómo la había encontrado. Y Juana se lo contó. Cuando buscaba pasamanería



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